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SALUD, Sexual

Adictos al deseo: entre el éxtasis y la vulnerabilidad

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El psicólogo Juande Serrano, experto en relaciones de pareja, empieza hoy una colaboración Wellness Forum con este precioso artículo sobre el deseo.

En el devenir de la vida, el deseo se manifiesta como una fuerza poderosa que impulsa nuestra búsqueda de conexión y plenitud. Desde la perspectiva hedonista humanista, entendemos el eros como esa necesidad, esa carencia que nos impulsa a amar y a buscar aquello que nos falta.

Amar desde el eros implica reconocer la distancia entre uno mismo y el objeto de nuestro deseo. Es elegir con la mirada aquello que representa un mundo con el que anhelamos fusionarnos, aunque aún se presente como un horizonte lejano. Esta tensión, este exceso de energía, despierta nuestros sentidos y activa nuestras capacidades, sumergiéndonos en una versión amplificada de la vida.

En la tradición occidental, Eros se erige como el portador de una experiencia ambivalente, capaz de otorgar plenitud y gozo, pero también de revelar necesidades, inseguridades y angustias. Este sendero nos enseña que no puede haber eros sin el reconocimiento de la vulnerabilidad y la carencia.

La palabra griega «eros» encapsula esta noción: denota necesidad, carencia y deseo por lo que falta. Amar implica desear lo que no se posee, y el deseo se nutre de esta carencia.

Quien ama desde el eros erótico busca fuera de sí lo que le falta. Selecciona con la mirada un universo al que aspira fusionarse, pero que permanece a una distancia calculada. El deseo erótico representa la tensión entre los seres, una diferencia percibida como insuperable cuando admiramos desde la perspectiva las cualidades de aquel con quien anhelamos unirnos.

Esta tensión, esta abundancia de energía que proviene del eros, agudiza los sentidos y aviva las facultades. Cuando no hay frustración, nos encontramos en una versión exaltada de la vida, con capacidades multiplicadas y en un baile de seducción en busca de acortar la distancia.

Pero el «Eros dulceamargo» que cantaba Safo nos recuerda que no todo es gloria. Esta dualidad implica que la búsqueda puede llevar a angustia y frustración. La apertura radical hacia el otro conlleva el riesgo del enfrentamiento al vértigo del abandono y el rechazo.

El miedo al abandono, activo o latente, es una parte esencial de nosotros. La vulnerabilidad inherente a entregarse al eros nos expone al miedo al abandono, un temor arraigado en la naturaleza humana. La fusión con la pareja puede ofrecer un respiro temporal a esta inquietud, proporcionando una sensación de seguridad y pertenencia. Este placer no debe subestimarse, ya que puede motivarnos en la elección de caminos. Pero, a la larga, el exceso de fusión puede adormecer el ciclo del deseo, dejándonos en un estado de complacencia que, paradójicamente, termina por apagar la chispa inicial. Al fusionarnos, nos arriesgamos a perder la capacidad de desear dentro de esta nueva unidad creada. Y el placer de la fusión, aunque erótico, puede adormecer el ciclo del deseo y la necesidad; procurando que la ruptura tras una fusión intensa traiga duelos de una inmensa dureza.

El miedo a la distancia y la posibilidad de pérdida se entrelazan con la añoranza de esos momentos de éxtasis cuando éramos plenamente conscientes de nuestro deseo. En este juego de presencia y ausencia, el deseo se convierte en una intensidad que nos acompaña a lo largo del camino.

Porque el deseo siempre acompaña a aquellos cuerpos que lo han conocido, ya sea por su presencia o por la apreciación de su ausencia. Es una intensidad con la que aprendemos a convivir. Por eso, en el acto de amar, mantener la distancia es esencial.

Como seres deseantes, no hay una solución definitiva más allá de comprender las etapas de nuestra vida y las necesidades enigmáticas que nos impulsan. Aceptar el miedo a la distancia y a la posibilidad de pérdida es crucial. También lo es reconocer la añoranza del estado de deseo, cuando la realidad adquiría profundidad y éxtasis.

Mantener la distancia en el amor es reconocer que esta siempre está presente entre nosotros. Esta distancia siempre existe, solo que a veces las promesas de amor incondicional y las prácticas monógamas nos hacen olvidarlo. La otra siempre tiene la capacidad de girar hacia horizontes que no compartimos. Desde este reconocimiento surge la perspectiva de despertar a un eros adormecido en una rutina de abundancia.

Aunque celebramos el impulso del deseo, la exposición al ciclo de la carencia puede ser agotadora. En un mundo donde la ética amorosa se desvanece, la superficialidad de la búsqueda, la irresponsabilidad afectiva, el rechazo y la incomprensión nos desgastan. El sufrimiento erótico se manifiesta en un tiempo donde los ciclos de deseo se aceleran para favorecer un consumo rápido. Extenuados por la velocidad del deseo obligatorio, a veces buscamos la suspensión total de esa búsqueda, “nos retiramos”, retiramos la atención, para también retirarnos del “mercado” y sus violencias.

No obstante, somos adictos al deseo, a la búsqueda constante de plenitud y conexión. Aprender a vivir con esta intensidad, abrazando la vulnerabilidad y la distancia, es el camino hacia una relación más auténtica y enriquecedora.

Ese aprendizaje, o desaprendizaje, es el reconocimiento de que el deseo, en su esencia, nos impulsa a explorar, a conectarnos y a encontrar la plenitud en la interacción con el otro, aun cuando eso signifique enfrentar la posibilidad de pérdida. Es en esta danza entre el éxtasis y la vulnerabilidad donde verdaderamente descubrimos el poder transformador del deseo en nuestras vidas.

Así, en la senda del deseo, abrazamos la complejidad de ser humanos, comprendiendo que el eros es una fuerza vital que nos acompaña y que, al entenderla y respetarla, podemos aprender a convivir con ella en armonía. La vulnerabilidad y la distancia no son obstáculos, sino los matices que enriquecen nuestra experiencia de amar y ser amados.

Por eso se suele decir, que el “deseo vive de la carencia” y nos pasamos la vida agotando el deseo por carencias satisfechamente insatisfechas. Porque realmente la ley del deseo carece de normas y quien la incumple se condena al recuerdo eterno de lo nunca vivido.

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