El término estrés oxidativo se escucha en conferencias de salud, en campañas publicitarias de cremas y suplementos, e incluso en charlas cotidianas sobre envejecimiento. Pero pocas veces se explica con precisión qué significa. En realidad, describe un desequilibrio químico: cuando las moléculas oxidantes, como los radicales libres, superan la capacidad defensiva de los antioxidantes en el organismo. Esa descompensación altera la señalización celular y puede dañar lípidos, proteínas o incluso el ADN (Sies, 2020; Pizzino et al., 2017).
The radicales libres son moléculas inestables, con electrones no apareados, que las hacen muy reactivas. Se generan de manera natural en procesos vitales —por ejemplo, al respirar o al producir energía en la mitocondria—, pero también por factores externos como tabaco, radiación ultravioleta o contaminación. En pequeñas cantidades cumplen funciones útiles, como señalizar entre células o combatir microbios. En exceso, sin embargo, resultan dañinas (Pizzino et al., 2017).

Antes de hablar de soluciones, conviene aclarar algunas premisas. Primero, la oxidación no es siempre negativa: el organismo necesita un cierto nivel de especies reactivas para funcionar. Segundo, no todos los antioxidantes son beneficiosos en cualquier dosis. Ensayos clínicos mostraron que megadosis de vitamina E o betacaroteno pueden aumentar la mortalidad o el riesgo de cáncer de pulmón en fumadores (Bjelakovic et al., 2012; ATBC, CARET). Tercero, el contexto importa: edad, enfermedades crónicas, tabaquismo o medicación modifican el impacto real de los suplementos. Y cuarto, la fuente es clave: los antioxidantes obtenidos de alimentos enteros suelen ofrecer más seguridad y beneficios que los comprimidos aislados.
La primera línea de defensa está en el estilo de vida. Una dieta mediterránea, rica en frutas, verduras, aceite de oliva y frutos secos, aporta vitaminas, minerales y polifenoles que refuerzan el equilibrio redox (Pizzino et al., 2017). Abandonar el tabaco, moderar el alcohol, dormir bien y controlar el peso también reducen las fuentes de oxidación crónica. El ejercicio regular, lejos de “oxidar”, estimula a largo plazo las defensas antioxidantes internas; aunque conviene recordar que megadosis de vitamina C y E pueden bloquear algunas adaptaciones beneficiosas del entrenamiento (Ristow et al., 2009).

En el terreno clínico existen opciones emergentes.
La fotobiomodulación con luz roja o infrarroja cercana ha mostrado en ensayos reducir marcadores de daño oxidativo en recuperación muscular y algunas patologías oftalmológicas, aunque la evidencia aún es heterogénea (Hamblin, 2018; Chung et al., 2012).
La ozonoterapia, utilizada en algunos países, parece modular defensas antioxidantes a bajas dosis, pero sigue siendo controvertida y requiere supervisión médica, ya que agencias regulatorias como la FDA han advertido sobre su seguridad y eficacia (Bocci, 2011).
Por otro lado, la vitamina C intravenosa se ha usado en sepsis y oncología complementaria: algunos ensayos reportan mejoras en parámetros clínicos, otros no muestran beneficio en supervivencia y sí posibles efectos adversos; no debe considerarse un tratamiento casero (Fowler et al., 2019; CITRIS-ALI Trial).
En cuanto a suplementación, la ciencia ha identificado varios candidatos prometedores. La N-acetilcisteína (NAC) actúa como precursor del glutatión, el “antioxidante maestro”, y se emplea clínicamente como antídoto contra intoxicaciones. Ensayos muestran que aumenta las defensas celulares, aunque puede provocar náuseas o interactuar con algunos fármacos (Rushworth & Megson, 2014). Está contraindicado en personas con un tipo específico de crecimiento bacteriano en el intestino delgado (SIBO sulfuro) y puede interactuar con algunos medicamentos, como los anticoagulantes y ciertos medicamentos para la presión arterial.
The coenzima Q10, sobre todo en su forma ubiquinol, participa en la producción de energía mitocondrial y ha demostrado beneficios en enfermedades cardiovasculares y en la fatiga asociada al uso de estatinas, con buena tolerancia aunque cierta interacción con anticoagulantes (Zozina et al., 2018).
El propio glutatión, en formas liposomales o sublinguales, mejora su biodisponibilidad y ha mostrado elevar niveles sanguíneos en estudios pequeños, con un perfil de seguridad aceptable (Allen & Bradley, 2011).
La vitamina C, clásica y ampliamente estudiada, ayuda a reciclar otros antioxidantes como la vitamina E y funciona bien a dosis moderadas; sin embargo, dosis altas pueden saturar la absorción, alterar pruebas de laboratorio o provocar cálculos en personas predispuestas (Pizzino et al., 2017; Fowler et al., 2019).
Finalmente, los polifenoles como el resveratrol o la EGCG del té verde poseen una acción más indirecta: estimulan vías internas de defensa y se asocian a beneficios cardiovasculares, aunque su biodisponibilidad es baja y, en dosis altas, pueden ser hepatotóxicos o interferir con fármacos metabolizados en el hígado (Pizzino et al., 2017).

No conviene olvidar que las interacciones entre nutrientes pueden cambiar el panorama. La vitamina C regenera la vitamina E oxidada, lo que es positivo, pero en megadosis ambas juntas pueden anular las adaptaciones beneficiosas del ejercicio (Ristow et al., 2009).
La vitamina E en exceso interfiere con anticoagulantes. El betacaroteno aumenta el riesgo de cáncer pulmonar en fumadores. La NAC puede alterar el metabolismo de ciertos fármacos y los polifenoles afectar a enzimas hepáticas (Pizzino et al., 2017; Bjelakovic et al., 2012).
La gran pregunta es si conviene usarlos como medida de autocuidado sin prescripción. Los meta-análisis de suplementos antioxidantes en población general no muestran reducción de mortalidad, y en algunos casos sí un aumento de riesgos (Bjelakovic et al., 2012). En cambio, existen beneficios documentados en situaciones concretas: NAC en intoxicación y en patologías respiratorias, CoQ10 en cardiología o en efectos de estatinas, vitamina C intravenosa en pacientes críticos. La clave es que esas aplicaciones corresponden al ámbito clínico, no al uso preventivo sin supervisión.
En definitiva, para una persona sana el camino más seguro y eficaz es apostar por una dieta equilibrada, actividad física regular, control de hábitos nocivos y exposición ambiental. Los suplementos más estudiados —NAC, CoQ10, glutatión, vitamina C y polifenoles— pueden tener su lugar, pero siempre individualizando, evitando megadosis y considerando interacciones con otros tratamientos. Y si se trata de intervenciones médicas, deben aplicarse únicamente en entornos controlados y con evidencia publicada.
Como resumen práctico: priorizar los alimentos ricos en antioxidantes naturales, reducir fuentes de oxidación externas, entrenar de manera regular, no empezar a tomar suplementos potentes por cuenta propia, y consultar antes de combinar productos con medicación. Así, el concepto de antioxidante recupera su verdadero significado: no una promesa milagrosa, sino una pieza clave de un delicado equilibrio bioquímico que mantiene la vida y la salud.