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Un lujo silencioso llamado bienestar: entrenar para presumir

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Hubo un tiempo en el que entrenar era casi un acto de recogimiento espiritual: auriculares, mirada perdida, sudor en soledad. Hoy, en cambio, el deporte se ha convertido en un acto social, estético y casi performativo. Se entrena para estar sano, sí… pero también para pertenecer, para mostrarse y, por qué no, como gesto de vanidad, para gustar.

En plena crisis de vínculos, el gimnasio, el box de cross training o el club de running han pasado a ser nuevos puntos de encuentro emocional. Lo que antes era estrictamente individual ahora es excusa perfecta para socializar. Hemos pasado del “no me hables que estoy contando repeticiones” al “¿quedamos para entrenar?”.

Como apunta Agus Panzoni, directora de tendencias de Death to Stock, durante años el autocuidado rozó la autoexigencia extrema, incluso la autotortura. Rendimiento por encima de placer. Hoy, por suerte, algo se ha reordenado.

Mover el cuerpo para sostener la mente

Hasta hace poco, para muchas personas el fitness era una obligación indeseada, más bien un castigo, ahora empieza a ser un refugio, casi imprescindible. El cambio no es solo estético. Es emocional. A medida que empezamos a tomarnos en serio la salud mental, el ejercicio deja de ser castigo y se convierte en espacio de regulación emocional y de comunidad. En un contexto de inestabilidad económica y soledad crónica, entrenar juntos se ha vuelto una forma de resistir.

Panzoni lo define como la era del deporte social: ya no entrenamos solo para definir siluetas, entrenamos para sentirnos parte de algo. De ahí el auge de los clubs de running, algunos con podcasts propios, las clases grupales siempre llenas y los deportes de equipo recuperando protagonismo. Hoy, en muchos casos, socializar importa más que rendir.

De la barra a la prensa: sudar como nuevo afterwork

Mola más el pilates que la copita, así que el afterwork también muta. Donde antes había cerveza, ahora hay esterillas. Las rutinas sociales se desplazan hacia experiencias donde el bienestar es el centro. Estudios como Solid Studio lo han entendido bien: ya no son solo centros de pilates, sino espacios de comunidad, donde entrenar juntas es la nueva forma de quedar.

Su agenda mezcla clases con eventos de marcas como Oysho, Lancôme, Posdata Foods, Rowse o Rulls. Experiencias que van más allá del ejercicio y construyen un estilo de vida compartido. Las marcas, siempre atentas, se suman porque hoy asociarse al bienestar es una potente declaración de valores. Entrenar en un sitio de moda, también comunica.

Dating con pulsómetro

Si llenamos nuestro tiempo libre con el deporte, ya no queda rato para ligar, así que ni copa en mano ni música alta. Ahora se liga corriendo. Según un estudio de Bumble e ISPSO, más de la mitad de los jóvenes prefieren una actividad deportiva o cultural antes que una cita tradicional. De ahí el nacimiento de los Bumble Running Clubs: sudar juntos como nuevo ritual de conquista. “Lo importante no es llegar a la meta, sino compartir el camino”, explica Alba Durán, directora de marketing de Bumble en el sur de Europa. El deporte se convierte así en escenario emocional, donde se entrena, se conversa, se ríe… y a veces se flirtea.

Athleisure elevado: el chándal como símbolo de estatus

Sudar, está bien. Pero con estilismo. La moda, como siempre, lo captó rápido. El deporte ya no es solo funcional: es lenguaje estético y de estatus. Hablamos de elevated athleisure, de camisetas de fútbol reinterpretadas por Zara o Nude Project, de bufandas que parecen sacadas de una editorial de lujo.

Las llamadas super zapatillas han dado el salto definitivo del alto rendimiento al exhibicionismo consciente. Modelos como las Adidas Adizero Adios Pro Evo, rozando los 500 euros, o las exclusivas On, pisan fuerte en un territorio donde el bienestar también se mide en presupuesto. Ya no solo entrenas: te posicionas.

Estar en forma como lujo silencioso

El entrenador Dan Go lo resume sin anestesia: “Estar en forma a los 40 es un símbolo de estatus mayor que tener un coche caro”.

A los 20, estar en forma no sorprende. A los 40 implica tiempo, prioridades, constancia, dinero y una renegociación profunda con tu energía vital. Significa poder conciliar trabajo, familia, autocuidado… y, en muchos casos, algo todavía más valioso: no depender de medicación, conservar vitalidad, sostener la salud en el tiempo.
Desafortunadamente el precio que requiere es alto y no solo en términos económicos, ya que biológicamente hablando, nuestra propia energía a los 40 o 50 no da para todo eso y la suplementación y preparación física que requiere para poder cumplir con estos ritmos no es barata, ni se puede improvisar.
En términos psico-emocionales el coste también es considerable: a pesar de no tener fuerzas, ni ganas, si no cumplimos con estos estándares nos sentimos insuficientes, frustrados e indeseados. Lo que en algunos casos equivale a decir deprimidos e infelices.

Hoy el deporte sirve para cuidarse, para socializar, para ligar, para proyectar identidad… y para demostrar que uno puede permitirse ese “lujo silencioso” llamado bienestar. Podríamos decir que exhibimos el sudor más que nunca, pero también presumimos mejor.

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