Scream Clubs: la nueva catarsis urbana

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En un mundo en el que todo parece acumularse —el estrés, la presión, las expectativas, el cansancio emocional— era cuestión de tiempo que surgiera una respuesta tan primitiva como necesaria: gritar. Así, literalmente. Y no en la ducha, ni en el coche, sino juntos, en comunidad, en mitad de un parque o una plaza. Bienvenidos a los scream clubs, la última tendencia de bienestar que está floreciendo en ciudades como Londres, Minneapolis o Washington.

Podría sonar extravagante, pero cuando uno profundiza un poco descubre algo muy simple: a veces, necesitamos volver a lo esencial. A ese gesto visceral que libera, conecta y descomprime. Y sobre todo, necesitamos hacerlo acompañados.

Gritar para no explotar: por qué la gente se reúne a liberar la voz

Los scream clubs nacen como un refugio emocional comunitario. Jóvenes —y no tan jóvenes— que buscan un espacio donde soltar todo aquello que llevan reprimiendo durante días, semanas o años. Un “tercer espacio” seguro, sin coste, sin juicio y sin obligación de “estar bien”. Allí, durante unos segundos, gritan. Nada más. Y nada menos.

Quien participa describe la experiencia como una mezcla de vulnerabilidad extrema y conexión profunda. Porque exponerte así delante de desconocidos es, paradójicamente, una forma de intimidad. Y porque gritar en grupo, lejos de descontrolarse, genera una sensación de pertenencia inesperada. Lo compartido no pesa igual.

Además —y esto explica el auge— los scream clubs son una respuesta comunitaria a algo que todos reconocemos: la dificultad de acceder a apoyo psicológico, los largos tiempos de espera en los sistemas públicos, el coste de la terapia privada, y la epidemia silenciosa de soledad que crece en las grandes ciudades.

¿Tiene beneficios reales para la salud?

La ciencia aún no ha puesto un sello definitivo, pero sí sabemos varias cosas:

  • la liberación vocal activa rutas neurológicas asociadas al alivio y la descompresión;
  • puede aumentar la sensación de control y reducir la tensión acumulada;
  • las prácticas vocales colectivas (como el canto) mejoran el estado anímico y la conexión social;
  • y la pertenencia a grupos tiene un efecto protector claro frente al estrés.

A nivel anecdótico, los participantes hablan de dormir mejor, sentir menos ansiedad y, sobre todo, llevarse un gran suspiro del que no eran conscientes de necesitar.

Por supuesto, hay matices: gritar mal o demasiado puede irritar la voz; algunas personas pueden experimentar sobrecarga emocional; y por supuesto, no sustituye una terapia profesional si existe un problema profundo. Pero como práctica puntual, consciente y segura, parece ofrecer una válvula de escape muy efectiva.

El wellness ha entrado en una fase fascinante: está volviendo a lo instintivo. Hemos pasado de lo sofisticado (baños de sonido, biohacking, rituales multicapas) a lo primario: respirar, caminar, conectar… y ahora, gritar.

¿Es una oportunidad de negocio? Sí, sin duda. Experiencias de baja inversión y alto impacto emocional que encajan perfectamente en el nuevo mapa del bienestar. Pero también es algo más que una moda marketiniana. Es un síntoma y una solución. Las personas no vienen a gritar por diversión; vienen porque no encuentran espacios seguros para expresar emociones intensas.

Lo interesante será ver cómo los centros de salud, spas y hoteles de bienestar integran esta tendencia en entornos naturales: bosques, playas, montañas. De hecho, algunos lugares ya ofrecen sesiones de “wild wellness”, donde la naturaleza actúa como contenedor emocional.

Entonces, ¿funcionan?

Tal vez lo más honesto sea decir que funcionan porque responden a una necesidad humana. Funcionan porque nos recuerdan que no estamos solos. Que nuestro cuerpo sabe expresar lo que nuestra mente calla. Que liberar tensión en comunidad es profundamente reparador.

Puede que los scream clubs no sean la solución definitiva a la salud mental en nuestra era, pero sí son un recordatorio poderoso: en un mundo que nos pide contención constante, a veces la sanación empieza justo por lo contrario.

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