La vitamina D, una vitamina liposoluble, se disuelve y almacena en las grasas, específicamente es retenida por los adipocitos, las células del tejido adiposo. Según un estudio de Azzam y colaboradores en 2019, se encontró una relación directa entre altos niveles de grasa corporal y deficiencias de vitamina D en la sangre. Esto implica que a mayor tejido adiposo reteniendo vitamina D, se requiere una mayor ingesta de esta para mantener niveles adecuados en sangre.
Personas con sobrepeso u obesidad necesitan dos a tres veces más vitamina D para alcanzar las mismas concentraciones sanguíneas que aquellas con menor porcentaje de grasa. Este es un factor importante al considerar la suplementación con vitamina D.
Reducir el porcentaje de grasa corporal puede ayudar a liberar la vitamina D almacenada en los adipocitos. Por ejemplo, 40 kilos de grasa pueden equivaler a 2000 días de ingesta de la dosis diaria recomendada de vitamina D, ya sea a través de la dieta o suplementos. Sin embargo, mantener un déficit energético durante tanto tiempo es poco práctico.
Históricamente, en verano, con más horas de sol y abundancia de alimentos, se almacenaba vitamina D en forma de grasa para compensar futuros déficits. En invierno, con menos sol y alimentos, se utilizaba esta grasa almacenada, liberando vitamina D en la sangre.
Hoy en día, no necesitamos esperar al invierno para incrementar los niveles de vitamina D almacenados en la grasa. El ejercicio físico es una alternativa eficiente. Engist et al., en 2019, demostraron que una sesión de ejercicio, por su efecto lipolítico, puede aumentar significativamente las concentraciones séricas de vitamina D.
La exposición solar es crucial para la síntesis de vitamina D, ya que solo el 50% de la vitamina D ingerida se absorbe, mientras que la vitamina D sintetizada por la exposición solar tiene mayor biodisponibilidad y vida media. Además, niveles insuficientes de magnesio pueden dificultar la metabolización de la vitamina D.
Marta Valls – CEO Nutrición Metabólica