Tecnología que reemplaza a los médicos: el caso Whoop reabre el debate sobre los límites del wellness digital

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En la era de los wearables inteligentes y el autoconocimiento, el bienestar se ha convertido en una experiencia cuantificada. Ritmo cardíaco, sueño profundo, estrés, VO₂ max, HRV… cada dato parece ofrecernos una pieza del puzle de nuestra salud. Pero, ¿hasta qué punto podemos —o deberíamos— convertirnos en nuestros propios médicos, guiados por un algoritmo?

La reciente advertencia emitida por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU.) contra la empresa Whoop, por comercializar una función que estima la presión arterial sin aprobación médica, ha reavivado una pregunta crucial para el mundo del wellness:
¿Qué riesgos existen cuando la tecnología comienza a cruzar la línea entre el bienestar y la medicina?

Whoop lanzó en mayo una función llamada Blood Pressure Insights, que ofrece estimaciones de la presión arterial sistólica y diastólica basadas en los datos recogidos durante el sueño del usuario. Según la compañía, se trata de una herramienta de bienestar, no de diagnóstico. Sin embargo, la FDA no lo ve así: considera que cualquier función que pueda ser interpretada como una medición de salud con implicaciones clínicas debe ser regulada como dispositivo médico.

Y aquí está el problema: los usuarios muchas veces no distinguen entre bienestar y diagnóstico clínico. Al recibir una cifra sobre su presión arterial (aunque esté acompañada de disclaimers), el cerebro humano tiende a interpretarla como un dato “médico”, lo que puede generar preocupación, confianza excesiva o incluso decisiones sin respaldo profesional.

El riesgo de los “diagnósticos portátiles”

El auge de la tecnología vestible ha democratizado el acceso a métricas de salud, pero también ha fomentado la ilusión de control absoluto. Hoy, muchas personas confían en su reloj o pulsera inteligente para decidir si deben entrenar, descansar, dormir más o incluso consultar a un médico. Algunos dispositivos ya ofrecen alertas sobre posibles arritmias, apneas o saturación de oxígeno anómala. Sin embargo:

  • Muchos de estos datos no están validados clínicamente.
  • Los algoritmos no tienen en cuenta factores individuales como medicamentos, emociones, altitud, hidratación o estrés.
  • Las variaciones en la precisión pueden llevar a interpretaciones erróneas e incluso a diagnósticos equivocados.

Esto nos enfrenta a un dilema ético: si bien estos dispositivos pueden ayudarnos a tomar conciencia y prevenir, también pueden crear una falsa sensación de seguridad o alarma innecesaria.

La interpretación de datos fisiológicos requiere contexto, experiencia y juicio clínico. Dos personas pueden tener la misma frecuencia cardíaca en reposo, pero significar cosas completamente diferentes según su historia clínica, estado emocional, actividad física reciente o enfermedades previas.

Cuando los algoritmos intentan traducir datos biométricos en conclusiones interpretables, sin supervisión médica, corremos el riesgo de confundir predicciones estadísticas con diagnósticos individuales.

La tecnología bien utilizada puede ser una gran aliada del bienestar. Sin embargo, la frontera entre el wellness y la medicina no puede definirse solo por el marketing o las intenciones del fabricante. Debe regirse por criterios éticos, científicos y regulatorios claros.

En un mundo donde cada vez más personas quieren entender su cuerpo y tomar el control de su salud, es fundamental educar al usuario, recordarle que los dispositivos son herramientas de apoyo, no sustitutos del diagnóstico profesional.

El cuerpo humano no es un conjunto de métricas. Es un sistema complejo, con múltiples variables en constante interacción. Y, por ahora, ningún algoritmo ha podido replicar la sensibilidad, la intuición y la mirada holística de un buen médico.

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